Entonces, cuando mi compañero de viaje sugirió ir a esquiar, algo que quizás no había considerado antes de COVID (pasé más de 30 años sin lanzarme por una montaña helada y estaba bien, muchas gracias), aproveché la oportunidad. De repente, abrigarme, ponerme activo, desafiarme a mí mismo para aprender algo nuevo y pasar tiempo entre picos nevados y pinos sonaba como una idea brillante.